Un adiós rojo en tiempos juveniles

Por Brenda Trujillo

Memorias de una joven ante una despedida que marca el término de una etapa escolar, acaba de cumplir la mayoría de edad

Primera parte

Siempre me he sentido impotente al observar ojos llorosos, taciturnos, ojos enrojecidos y exhaustivas lágrimas que indican una temerosa despedida. La famosa despedida escolar; después de seis años, hemos llegado al final, a los últimos días de formar parte de esta escuela, lugar generador de muchísimas aventuras, desventuras, amores y destrozos.

Si tan solo hiciera un recuento de estos episodios de mi vida, no podría soportarlo; sin embargo, estoy obligada a ello. Estoy obligada a compartir este pasaje de mi vida, porque sino mis memorias se verán tentadas a un pronto suicidio.

El tic tac del reloj no perdona al sentimiento, ni al adiós. Si muriera en este instante, el tiempo seguiría transcurriendo de la misma manera que cuando permanecía viva. ¡Eso es lo que más aterra! Si me rebelo contra la sociedad y asesino a todos aquellos seres indeseables, ordinarios y malditos, las manecillas continuarán su curso. Si logro una transformación mundial o en su defecto, si triunfan el estrago y la miseria, el día y la noche cumplirán su mismo proceso cotidiano.

Si finjo que nada ha ocurrido y que mis desventuras pueden ser modificadas por un presente, el tiempo derrumbaría esa falsa ilusión. Y si reto a las horas, demostrando que puedo actuar a mi gusto, que no es impedimento para efectuar mis sueños y que, en este mundo, comunidad o como quieran llamarme, nadie ni nada me pueden prohibir o imponerme reglas, los minutos nos van a discutir conmigo o a refutarme, simplemente acabaría con mi vida. Solo el tiempo puede detener nuestros latidos, pero nunca nosotros al tiempo.

Desde hace semanas, temí que llegara este momento. Es el comienzo del final, no me siento en lo absoluto preparada para enfrentar el devenir y debo confesar que se me dificulta escribir sobre lo que más aflicción me causa. Se aproxima una de las pruebas más crueles. La única ventaja es que estoy enteramente consciente.

Cierro los ojos y evoco miles de escenas que me entusiasman, pero a su vez atacan lo más recóndito de mi corazón.

La desmedida extrañeza se toma en cuenta desde que el llamado “centro de estudio” se convierte en algo más que eso, en un segundo hogar, donde forjé relaciones amorosas, amistosas y especiales: Durante mi estancia descubre gran parte de mí.

A lo largo del sexenio estudiantil, renegaba la opresión impuesta, las normas y reglas ridículas, caracterizadas por una permanente mediocridad o peor aún, inferioridad de mi contexto; sin embargo, me encariñé de ciertas personas y claro, también me enamoré equivocadamente, y es uno de los orígenes de mi principal sufrimiento.

Y ahora, aparentemente me hallo intacta e inmune a todo mi historial, pero los recuerdos no perdonan, no mienten y persisten, provocando así, más que nunca, que mi memoria se encuentre más fresca.

¡Caray! ¡Como no voy a extrañar todas las experiencias vividas aquí! ¡Como no voy a añorar a mis camaradas! ¡Como no voy a admirar cada travesura o revuelta causada por mi “supuesto” antagonismo escolar! ¡Como no voy a añorar a la directora de esta institución, que me ha ofrecido cariño, afecto y todo lo que una directora común no haría! ¡Como no voy a querer volver a vivir cada que relación especial que formé! ¡Y como no voy a extrañar cada instante, trayecto, aroma o sensación que compartí en este sitio!

Puedo jactarme con la absoluta certeza, que la mayoría de los individuos, que habitan en el colegio pasan desapercibidos, pero en mi caso no es así.

En cada corazón he dejado una huella y ellos a mí.

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