Ahora estoy creciendo
Por Beatriz García
La delicada danza del amor más dulce, esa tarde hizo efecto.
Con el caminar del tiempo, el destino trazó el trayecto.
Meses de espera para aquel tan duro esfuerzo.
El calor de aquel hogar, los días eran bellos.
Envuelto de cariño. La fuerza de un sueño placido.
Un juego inocente. La habilidad de descubrirse.
Vivir ajeno a la tristeza. Siempre buscando no rendirse.
Después de aquel 8 de marzo, cambió todo su universo.
Cada día una aventura. Cada sonrisa un proceso.
Después de tantas caídas, aprendió donde pisar.
La vida es un acertijo que no logramos descifrar.
Luego su mundo cambió. Él conoció una nueva vida.
Al cumplir los 10 años escribió su primera página y eso cerraba sus heridas.
Sentado detrás de la escuela, imaginando historias.
Experto en el fracaso, sin conseguir ni una gloria.
Era un chico muy tranquilo. Callado e inteligente.
Pero no estaba bien. Su mente era diferente.
Con el tiempo la soledad llegó y no sabía dónde esconderse.
Sintió miedo de sí mismo. Olvidó cada palabra de aliento.
Quiso cambiar. Pero seguía siendo el mismo por dentro.
Después de algunos años. Sintió depresión en su entorno.
Cada día era un suplicio, el niño sufría algún trastorno.
Aguantó burla y golpes sin motivos.
Desahogando su rabia, la escritura lo hizo cautivo.
Encerrado entre sus miedos, construyo su propia cárcel.
Solo en aquel rincón. Poemas en plena clase.
Cada tarde volvía a su casa lleno de odio.
Buscando consuelo en su cuaderno de aquel triste episodio.
Pasaron un par de años y nada iba mejor.
Solo deseos de desaparecer. Todo estaba peor.
Solo tres amigos y sin sueños.
Quería devolver el tiempo. Para volver a ser pequeño.
Cada día una espina, cada semana una flor.
Del jardín sin dueño. Bajo el sello del rencor.
Víctima de aquel prejuicio. Inició el final de todo.
Dando vueltas en su mente, creó palacios en su entorno.
Aquel niño cambió. Una sonrisa en su rostro. Pero en su interior seguía siendo el mismo.
Aunque intentara enterrar el pasado en un alegre abismo.
Superando los Obstáculo que parecían imposibles.
Abrió su corazón y así logro ser libre.
Buscaba una vida distinta. Pero su historia estaba escrita.
Matando otra vez sus sueños. Haciendo curvas en su camino recto.
Su error fue su talento. Su dios era su intelecto.
Su autoestima fue bajando. Su ironía mejorando.
Pero no se sentía bien. Su alma estaba llorando.
Pasando las horas en aquel rincón del tiempo.
Su desahogo era escribir en cualquier momento.
Frecuentaba aquel lugar. Buscando una razón de ser.
Creyendo que iba a enloquecer. Rodeado de gente que rezaba sin fe.
Así termina la historia. Aquel chico sigue siendo el mismo.
Aunque se hizo grande, después de tantos llantos, rabia, rencor y horas sin sentido.
En ocasiones se ve en su rostro aquel odio que sigue estando vivo…